La desaparición de Majorana
Leonardo Sciascia
Todo aquel que, aunque sea superficialmente (como nosotros mismos, sólo por curiosidad) conoce la historia de lo atómico, de la bomba atómica se encuentra en situación de realizar esta sencilla y lamentable constatación: se comportaron libremente, o sea, como hombres libres, los científicos que por condiciones objetivas no lo eran; y se comportaron como esclavos, y fueron esclavos, aquellos que, por el contrario, disfrutaban de una objetiva condición de libertad. Fueron libres aquellos que no la hicieron. Esclavos los que la hicieron. Y no por el hecho de que respectivamente no la hicieran o sí la hicieran, lo cual vendría a limitar la cuestión a las posibilidades prácticas de hacerla que aquéllos no tenían y éstos, por el contrario, sí tenían, sino principalmente porque los esclavos, a causa de ella, sintieron preocupaciones, miedo, angustia; mientras que los libres, sin ningún reparo, e incluso con cierta alegría, la propusieron, trabajaron en ella, la pusieron a punto y, sin poner condiciones o exigir compromisos (cuya más que posible inobservancia habría, por lo menos, atenuado su responsabilidad), la pusieron en manos de políticos y militares. Y en el hecho de que los esclavos la habrían entregado a Hitler, un dictador de fría y atroz locura, mientras que los libres se la entregaron a Truman, hombre de «sentido común», que representaba el «sentido común» de la democracia americana, no hay diferencia, visto que Hitler habría decidido exactamente lo que Truman decidió, es decir, hacer estallar las bombas disponibles sobre ciudades cuidadosamente «científicamente», escogidas entre las más accesibles de un país enemigo; ciudades cuya total destrucción podía haber sido calculada, (entre las «recomendaciones» de los científicos constaba que el objetivo fuera una zona de un radio de una milla, y de densas construcciones; que hubiera un alto porcentaje de edificios de madera; que no hubiese sufrido, hasta aquel momento, ningún bombardeo, de tal forma que se pudieran verificar con la máxima precisión los efectos de lo que sería único y definitivo) (1).
(1) La estructura organizadora del Manhattan Project y el lugar en que se realizo, se desdoblan para nosotros en imágenes de segregación y de esclavitud similares a los campos de exterminio hitlerianos. Cuando se manipula, aunque sea destinada a otros, la muerte, como se manipulaba allí, en Los Álamos, se está de parte de la muerte y con la muerte. En Los Álamos se recreó, a fin de cuentas, precisamente lo mismo que se creía estar combatiendo. La relación entre el general Groves administrador con plenos poderes del Manhattan Project, y el físico Oppenheimer, director de los laboratorios atómicos, fue, de hecho, el tipo de relación que frecuentemente se instituía en los campos nazis entre algunos de los prisioneros y los comandantes. Para estos prisioneros el «colaboracionismo» era un modo distinto de ser víctima, respecto de las otras víctimas. Para los verdugos un modo distinto de ser verdugos. Oppenheimer, de hecho, salió de Los Álamos enmanillado como un prisionero «colaboracionista» de un campo de exterminio de Hitler. Su drama personal, que no nos conmueve en absoluto, y al que tan solo reconocemos un valor de parábola, de lección, de advertencia para los demás hombres de ciencia, es propiamente el drama, vivido a nivel individual, subjetivo, de un nefasto «colaboracionismo» que muchos miles de personas vivieron en el sentido de que murieron a causa de él objetivamente, puesto que fueron el objetivo, el blanco. Y esperemos que otras y más bastas cosechas de muerte no surjan de éste, aún no quebrantado, «colaboracionismo».
[Editorial Juventud, traducción de F. Symons y N. Fabrés]