Ya nunca más
Jaroslav Seifert


Cien casas había en ruinas
y casi mil afectadas
por las bombas.
No, no las conté personalmente.
Me abría paso entre los escombros recientes
y rondaba los cráteres de las calles.
Eran horribles,
como puertas siempre abiertas
a los infiernos ardientes.

Pronto retiraron los escombros,
pero solo al tercer día
forzaron la entrada
de la casita de la calle Sverma
que pertenecía al señor Hrncir.
Toda la familia había muerto.

Solo el gallo, ese viejo pendenciero
al que el apóstol Pedro
no tenía gran cariño,
se salvó.
Salió disparado,
por encima de los cuerpos de los muertos,
a los montones de escombros.


Echó una mirada al lugar de la desgracia,
abrió las alas
y sacudió el pesado polvo
de sus doradas plumas.
Y yo a mí mismo me dije
lo que estaba escrito
con letra de horror y letra de dolor
en los rostros de las gentes de Kralupy.

Y al silencio de la muerte
levantando la voz grité
para que la guerra oyera:
¡Ya nunca más, guerra!

El gallo me clavó
su siniestro ojo negro
y soltó una terrible carcajada.
Se reía de mí
y de mi grito vano.
Aparte de eso era un ave
que simpatizaba con los aviones.
¡Canalla!



[Ser poeta, Praga en el sueño, Icaria, traducción de Clara Janés]