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En aquella época volvía fresco, por decirlo así, de la India; en aquella época, a mediados de los años veinte. Volvía de la India, es decir, que un tema indio me había ocupado durante cierto tiempo y había encontrado su reflejo en la obra épica «Manas».Qué misterioso: había pasado toda mi vida en el Berlín Este, había ido a la escuela comunal en Berlín, era socialista militante, tenía un consultorio de médico del seguro... y escribía sobre China, sobre la Guerra de los Treinta Años y Wallenstein, y finalmente hasta sobre una India mítica y mística. Me acosaban. No había vuelto la espalda a Berlín intencionadamente, sólo había ocurrido así, se prestaba mejor a la fabulación. Ahora bien, también sabía hacer otras cosas. Se puede escribir sobre Berlín sin imitar a Zola.
Y a donde me dirigí, después del «Manas» indio, fue a un Manas berlinés. No tenía ningún tema especial, pero el gran Berlín me rodeaba, y conocía al berlinés individual, y por eso escribí como siempre sin plan, sin líneas ni directrices, no construí una fábula; la línea argumental era el Destino, el movimiento de un hombre que hasta entonces había fracasado.