Si
hubiera que decir una virtud de Fernando Savater, elegiríamos la que
Borges utilizó para Oscar Wilde: el encanto. Se puede ser inteligente,
magistral con la palabra, pero hay algo más que lo apoya todo, ese regusto
que a uno le queda mientras lee una obra, lo que queda cuando se cierra
el libro y se mira hacia delante, ese suspiro y ese desencanto (paradoja
que tanto gusta a Savater) ante lo que fue. En cierta medida, decir
una virtud es negarle otras que tambien tiene, es el problema de la
definición. Savater ama a Stevenson, a Todo Azul, a Shergar, que sufrió
el castigo de los dioses porque éstos vieron en él a otro competidor,
ama a Cioran, a la ciudad de Londres, en donde el demonio en forma de
rueda le pisó un pie para intentar apropiarse del Ulises, a Sara, a
Russell, al buen vino, la buena comida, a Voltaire, que no apreciaba
tanto esa buena comida, pero si el café, la tolerancia y la inteligencia,
ama la ética y predica el carpe diem, aunque el verbo se lo hayan apropiado
otros. En fín ¿se nota que nosotros lo amamos a él?.
Salvo indicación, los fragmentos se corresponden con las portadas
de los libros...