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El amor y la vida parecen individuales sobre la tierra sólo porque en ella todo se rompe por vibraciones de amplitud y duración diversas.
Sin embargo, no existen vibraciones que no estén conjugadas con un movimiento circular continuo, lo mismo que la locomotora que rueda sobre la superficie de la tierra, imagen de la metamorfosis continua.
Los seres sólo mueren para nacer a la manera de los falos que salen de los cuerpos para volver a penetrarlos.
Las plantas se elevan en la dirección del sol y se acuestan a continuación en la dirección del suelo.
Los árboles erizan el suelo terrestre de una cantidad innumerable de floridas vergas apuntando hacia el sol.
Los árboles que crecen con fuerza acaban quemados por el rayo, talados, o desarraigados. Devueltos al suelo, se elevan idéntícamente con una forma distinta.
Y su coito polimorfo está en función de la uniforme rotación terrestre.
La imagen más simple de la vida orgánica unida a la rotación es la marea.
Del movimiento del mar, coito uniforme de la tierra con la luna, procede el coito polimorfo y orgánico de la tierra y el sol.
Sin embargo, la primera forma del amor solar es una nube que se eleva por encima del líquido elemento.
La nube erótica se torna a veces tormenta y vuelve a caer a la tierra en forma de lluvia, mientras el rayo desfonda las capas de la atmósfera.
La lluvia vuelve a elevarse pronto en forma de planta inmóvil.

La vida animal procede en su totalidad del movimiento de los mares, y en el interior de los cuerpos la vida continúa emergiendo del agua salada.
El mar ha jugado así el papel del órgano hembra que se licúa bajo la excitación de la verga.
El mar se masturba continuamente.
Los elementos sólidos que contiene, removidos por el agua animada de un movimiento erótico, resplandecen en forma de peces voladores.
La erección y el sol escandalizan lo mismo que el cadáver y la oscuridad de las cuevas.
Los vegetales se dirigen uniformemente hacia el sol y, por el contrario, los seres humanos, aunque sean faloides como los árboles, en oposición al resto de los animales, desvían necesariamente los ojos.
Los ojos humanos no soportan ni el sol, ni el coito, ni el cadáver, ni la oscuridad, sino con reacciones diferentes.

Cuando tengo el rostro inyectado en sangre, se torna rojo y obsceno.
Traiciona al mismo tiempo, por mórbidos reflejos, la sangrienta erección y una sed exigente de impudor y de desenfreno criminal.
Por eso no temo afirmar que mi rostro es un escándalo y que mis pasiones sólo puede expresarlas el JÉSUVE.
El globo terrestre está cubierto de volcanes que le sirven de anos.
Y aunque este globo no devore nada, a veces arroja al exterior el contenido de sus entrañas.
Ese contenido surge estrepitosamente y vuelve a caer chorreando por las pendientes del Jésuve, sembrando por todas partes el terror y la muerte.

En efecto, los movimientos eróticos del suelo no son fecundos como los de las aguas, pero son mucho más rápidos.
La tierra se masturba a veces con frenesí y sobre su superficie todo se desploma.

El Jésuve es, así, la imagen del movimiento erótico, dando por fractura a las ideas contenidas en la mente la fuerza de una erupción escandalosa.

Aquellos en los que se acumula la fuerza de erupción se sitúan necesariamente abajo.
Los obreros comunistas parecen a los burgueses tan feos y tan sucios como las partes sexuales y velludas o partes bajas: tarde o temprano tendrá lugar una erupción escandalosa en el curso de la cual las cabezas asexuadas y nobles de los burgueses serán cortadas.

Desastres, las revoluciones y los volcanes no hacen el amor con los astros.
Las deflagraciones eróticas revolucionarias y volcánicas están en antagonismo con el cielo.
Lo mismo que los amores violentos, se producen quebrantando la fecundidad.
A la fecundidad celeste se oponen los desastres terrestres, imagen del amor terrestre incondicional, erección sin fin ni regla, escándalo y terror.

El amor exclama así en mi propia garganta: soy el Jésuve, inmunda parodia del sol tórrido y cegador.

Desearía ser degollado violando a la chica a quien hubiera podido decir: eres la noche.
El Sol ama exclusivamente la Noche y dirige hacia la tierra su violencia luminosa, verga innoble, pero se encuentra en la incapacidad de conmover la mirada o la noche, aunque las nocturnas extensiones terrestres se dirigen continuamente hacia la inmundicia del rayo solar.
El anillo solar es el ano intacto de su cuerpo a los dieciocho años, al cual nada tan cegador puede compararse, con la excepción del sol, aunque el ano sea la noche.

 

[El ojo pineal precedido de El año solar y Sacrificios, traducción de Manuel Arranz para Pre-Textos]

[Ilustraciones de Balthus]