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Picado fino (Argentina, 1993/1996), Esteban Sapir

Si con su título, Nadar solo refiere tanto al universo diegético que propone como a la dura experiencia de su concreción, el de la opera prima de Sapir alude por un lado a la comercialización de la cocaína, pero por el otro a una marca esencial en su discurso: la utilización sistemática de planos cortos y la ausencia de planos generales que consiguen un espacio siempre opresivo, sensación estimulada también por la elección de un blanco y negro fuertemente contrastado. Esta opción, junto a otras: muy especialmente la manera en que está construida la banda sonora, intenta transmitir, y lo consigue, la manera en que subjetiviza al mundo que lo circunda el protagonista, significativamente llamado Tomás Caminos, un joven judío de 18 años que vive en un barrio industrial con sus padres, su hermana y su abuela. Por allí nomás esta su novia, una joven llamada Ana Sideral que espera un hijo de él, y en el centro conocerá a Alma Martínez, mayor que él, que lo ayudará a convertirse en un dealer.

Un triángulo amoroso, la confrontación de dos universos tan cercanos, y al mismo tiempo lejanos, como el de Villa Lynch y el de la Capital Federal y el negocio de la droga, hubieran dado para un filme -previsible y con pretensiones realistas- dentro de la industria del cine argentino. Nada de eso ocurre en el filme de Sapir, como ya lo sugieren los nombres de sus personajes centrales. Lo que acá interesa, mucho más que la anécdota reducida a lo que quizás debiera ser siempre: un pre-texto, es la violencia ejercida sobre el relato tradicional para permitir que nos acerquemos a los sonidos y las furias de una conciencia en permanente ebullición: esa suerte de versión masculina, y rigurosamente contemporánea, de Molly Bloom llamado Tomás.

La sombra de Godard, es cierto, pende sobre el filme, pero no es la única entre las formas de la vanguardia cinematográfica que Sapir revisita y pone en juego para obtener un filme bellamente caótico, en algún momento también deudor del comic y del videogame, que aparece como extrañamente solitario, incluso en sus arrebatos poéticos, y que no ha arrojado descendencia alguna dentro de los trabajos posteriores de los cineastas jóvenes. El derrotero de Sapir parece ser tan misterioso como Picado fino, no ha vuelto a dirigir un largo, ha hecho puntillosas direcciones de fotografías para películas mediocres y su nombre no circula ni aún dentro de las escuelas de cine. El tiempo podrá decir, o no, más sobre él, pero Picado fino permanece allí, alumbrando a quién se acerca a verla.

Dársena sur (Argentina/Alemania, 1997), Pablo Reyero

Desde la altura, el plano inicial propone un recorrido: desde las torres del centro hasta Dock Sud, a cinco kilómetros de la casa de gobierno, asiento del segundo polo petroquímico, en importancia, y la zona con más alto grado de contaminación ambiental del país. Después, la cámara permanecerá siempre a la altura humana y el relato desplegará fragmentos de las historias, los que ellos acceden a revelar, de tres jóvenes que no se conocen entre sí pese a habitar el mismo lugar y compartir la marginación. La del "Negro", Juan Carlos Enríquez, que vive en una zona de quintas junto al Río de la Plata; la de Liliana García que habita un barrio de emergencia, llamada "Villa inflamable", sita alrededor de las industrias y la del "Ruso", Eliseo Kurysow, instalado en los monoblocks que rodean la cancha de fútbol del Sportivo Dock Sud. Transitando esa lábil zona donde se contaminan, de manera manifiesta, la "ficción" y el "documental", Reyero nos propone el conocimiento, y el acercamiento, a tres personas que, sobre todo las dos primeras, sobreviven en condiciones infrahumanas, evitando cualquier tipo de manipulación sobre sus discursos. Los mira sin siquiera intentar alguna concesión al sentimentalismo y registra su entorno, con ejemplar sobriedad, eludiendo cualquier tentación de exotismo. Si la contaminación es una fuerte marca del discurso, también lo es del universo propuesta está en las aguas, los cuerpos, la ropa, los alimentos...y ¿por qué no? el interior de estos jóvenes que, sin embargo, resisten. ¿Para qué? La película no lo responde, no propone ninguna esperanza, ni religiosa ni política. Están ahí, es cada espectador el que debe, si así lo quiere, intentar encontrar respuestas, lo que no es función del cinematógrafo.

Pese a sus evidentes diferencias, hay en Dársena sur algo que remite a La libertad. La mirada distanciada que ambas arrojan sobre sus personajes no esconde, sin embargo, una profunda admiración por ellos que para nada disimula sus imperfecciones. Reyero -que en 2004 estrenará en Buenos Aires La cruz del sur, ya concluida y premiada en el último Cannes- está escribiendo tres proyectos, dos son originales, el tercero es la adaptación de un hito de la literatura latinoamericana.

Silvia Prieto (Argentina, 1988), Martín Rejtman

Un saco de Armani -¿legítimo, falsificado?- cambia de mano en mano. Silvia Prieto se queda con él cuando su dueño, un italiano, le va a comprar cigarrillos. Se lo regala a Gabriel Rossi que, a su vez, se lo vende a Marcelo Echegoyen quién termina revendiéndolo a su legítimo propietario en un restaurante de comida china. No es el único objeto que va de mano en mano en el segundo largometraje de Martín Rejtman -el primero, Rapado, es al actual cine joven argentino lo que Ossessione fue al neo-realismo italiano-. Lo mismo ocurre, entre otras cosas, con una pequeña estatuita de yeso supuestamente comprada en EUA, la botella vacía de un whisky importado y hasta el uniforme de una promotora, muerta por un colectivo que la atropella, que pasa a la nueva trabajadora que ocupa su lugar en la empresa.