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- ¿Y a quién invitarían a esa casa de reposo? ¿Quiénes son sus amigos, sus modelos?

G.: ¿Vivos y muertos?

- Por supuesto, vivos y muertos.

G.: Bueno, empezaría por De Sica, ¿quién mejor que él para jugar? Maestro en no romper nunca con nadie.

M.: Y Federico. Otro maestro en querer tenerlo todo.

G.: Quisiera a John Barrymore, actor mítico, soberbio. Charles Laughton. Lawrence Olivier...

M.: Y una chispa de Cary Grant, Gary Cooper, Clark Gable...

G.: Y Gabin.

M.: Y Montgomery Clift.

- ¿Querrían a Brando?

G.: Mejor no, es una casa de reposo.

- ¿Y a De Niro?

G.: No, por la misma razón.

- ¿Y a Sordi?.

G.: Sordi sí, desde luego, aunque no creo que él quisiera. ¿Sabe que ya hacemos algo parecido? Nos reunimos a almorzar una vez a la semana en un reservado de un restaurante romano, una decena de amigos, para pasarlo bien. La semana pasada se abrió la puerta y asomó la cabeza Mario Monicelli (80 años cumplidos), nos miró uno por uno, dijo «todos viejos», cerró y se marchó.

- ¿Proyectos para el futuro?

G.: Queremos hacer una película juntos sobre una novela de Arpino, en la que hay dos personajes que parecen hechos a medida para nosotros. ¿Le parece una buena idea?

- Me parece excelente. ¿Puedo hacer una última pregunta? ¿Cuál es el mejor lado de la vejez?

Responde Mastroianni por los dos, mientras el otro asiente:

- Ser por fin libres. Libres de decir y hacer lo que sea, total ya nadie puede quitarnos nada.

- ¿Y los complejos de culpa? Ésos, si aún existen, limitarán su libertad.

G.: Créame, cuando se es realmente viejo los complejos de culpa ya se han ido. Aún más, su desaparición es la verdadera señal de que uno ha empezado a envejecer.


[Sí, ya me acuerdo, Ediciones B, traducción de José Ramón Monreal]