[6/7]

Frente al cine industrial contemporáneo que ha perdido, acatando órdenes, la capacidad de mirar (releer el diálogo ubicado en el epígrafe y recordar, en el filme, la reflexión de Edgar, citando a Rossellini, observando a los que duermen en la calle: "Los hechos están justo frente a nosotros ¿para qué inventarlos?") Godard enarbola orgullosamente durante todo el metraje la figura y la obra de Robert Bresson. (No está de más recordar que en el año del estreno mundial de Éloge..., 2001, se cumplieron los cien años del nacimiento del cineasta francés, casi no advertidos en el mundo y decididamente ignorados, salvo alguna excepción, por estas latitudes latinoamericanas.) Si por un lado, el del discurso, la segmentación de los cuerpos de los actores y la dificultad para ensamblar lo que se ve y lo que se oye remiten claramente a la poética bressoniana, en el nivel de la historia las referencias también son fuertes. Están los tres fragmentos de Notes sur le cinématographe que Berthe lee a la abuela; el afiche de Pickpocket mostrado más de una vez pero, sobre todo, esa conmovedora situación que se desarrolla cerca de él, en la cola de un cine donde una pareja de ancianos dialogan sobre el recuerdo de uno de ellos de una frase célebre de la película, aquella que la cierra , cuando Michel, tras las rejas de una cárcel, dice a Jeanne "Para llegar hasta ti que extraño camino he tenido que recorrer." Estas palabras, también dichas en Éloge, resuenan en ella de maneras varias, con destinatarios distintos. Quizás aludan al extraño camino que Edgar debe recorrer para llegar a aceptar a Berthe, ya muerta (lo que podría sostenerse considerando el nombre del libro que él elige, por petición de ella, entre los que dejó: Les voyages de Edgar). También podría pensarse en el largo recorrido de Godard que filma la primera parte de esta película evocando visualmente a sus obras primeras: muy particularmente Vivre sa vie y Alphaville, entre ellas. Y, sin duda alguna, pueden también aludir al erizado sendero que deben atravesar los espectadores para intentar, vaya a saber con qué fortuna, construir o recuperar, si es que aún se puede, una mirada prístina hoy colapsada, para acercarse al film, que siempre huye, con velocidad de maratonista, de la retórica del cine que hoy se practica mayoritariamente, como ya sabemos arrojado a los rentables brazos de la doxa.

III

Hoy, 23 de junio de 2003, frente a mi ordenador, se me ocurre que Éloge exuda una gravedad, una tristeza y una infinita melancolía que se derraman en cada plano. Este tono puede haber sido anunciado ya en Allemagne année 90 néuf zéro, JLG/JLG, autoportrait de décembre, en la ya citada Histoire(s) o en L'Origine du XXIeme. Siecle, recordando aquellos filmes a los que he podido acceder del Godard más reciente, pero sin alcanzar la intensidad con que acá se manifiesta. Si ordenamos el film cronológicamente, en la última secuencia -se me ocurre peligroso, y sobre todo impreciso usar esa palabra refiriéndome a un trabajo perteneciente al último período de Godard, pero sucede que no hallo otra- se dice dos veces la palabra "desilusionado". La utilizan Edgard para referirse a Berthe y el Abuelo para calificar a Edgard. Podría asimismo serle conferido a esta película crepuscular, de una sorprendente belleza fúnebre si se me permite, donde la recomposición del mundo, como decía Bresson tarea propia del cinematógrafo, está hecha con una mirada aguda, severamente crítica y sensible, sobre todo hacia aquellos que nada tienen. (Esto de ninguna manera es una novedad en la trayectoria del cineasta francés). Pero también con una voluntad, tampoco reciente, de enfrentarse a los hábitos de los espectadores, desarticulando todo aquello que, habitualmente, la narración presenta como una unidad, para así poder contar esa otra historia. Durante el paseo parisino, dice Edgar a Berthe: "... nunca cuentan esa otra historia. Nunca comienzan por ahí. Tal vez porque tiene que ser contada de otra manera, y no tienen las agallas para hacerlo."

Godard es ya un hombre mayor, la manera amable con que la cámara se detiene sobre los rostros arrugados de sus compañeros generacionales lo demuestra. Desde ese momento de la vida que permite, tan sólo con el ejercicio de recordar, darse cuenta visceralmente, con una amplitud abarcadora, de cómo la Historia nos atraviesa, constata algunos de los horrores de nuestra civilización durante el siglo pasado. Se pregunta por ellos afirmando la necesidad de que no se desvanezca la Memoria, y señalando a la Creación como posibilidad para que esto no ocurra. Podrá argüirse que cualquier bienpensante, "políticamente correcto" además, coincidiría en estos conceptos. Pero, ya lo sabemos, los progresistas aman al cine conservador y difícilmente digieran los ecos y los entrecruzamientos que las formas elegidas para encarnarlos extraen de ellos aquí, a veces a una velocidad vertiginosa. Ni mucho menos aceptarían tanto el cuestionamiento a la humanidad que estalla en unas palabras dichas por Edgar: "La cuestión no es si el hombre puede permanecer, sino si tiene el derecho para hacerlo.", como la pertinaz ausencia de los contracampos cuya presencia siempre sutura, y tranquiliza.

IV

Berthe y Edgar pasean, dialogando desencantados, por la orilla del Sena en un amanecer. Una barcaza avanza frente a sus ojos. En la banda sonora aparece una canción que se oye en L'Atalante. Más tarde, o quizá más temprano, él recordará un espacio por el que transitó el César en su campaña de las Galias, del que sólo permanece, como en aquel remoto entonces, el Bois de Boulogne (un espacio bressoniano recorrido por la cámara en un encendido travelling). Antes, en soledad, cercano al afiche de Pickpocket, pensará: "Lo más extraño es que los muertos vivos de este mundo son modelados por el mundo que fue. La manera en que piensan y sienten viene de antes". Y estos muertos vivos, que quizá conozcan el verso de Eliot arriba transcripto, suerte de sonámbulos que se desplazan en un espacio desconocido por rendido a las zarpas estadounidenses, son los que la película retrata con una dulce piedad.

Cuando prepara su filme, Edgar dice a su productor que cuando se ve a un niño, o a un anciano, fácilmente se los reconoce y como tal se los designa. Pero ¿quién, cuando lo ve, dice de alguien "es un adulto"? ¿Existen los adultos? Philippe dice que Edgar es la única persona que está intentando serlo. Pero tan sólo eso, intentando. Edgar piensa que la industria del cine para retratar adultos recurre al star system, provocando que la Historia se vuelva historia individual. Precisamente, el camino inverso al que Godard propone. No narra la historia de algunos hombres y mujeres, elige mostrarlos inmersos en la Historia, que, como nos recuerda la voz de Lacouteur "no se sabe cómo va a terminar". Afirmación que, hay que admitirlo, alberga un moderado optimismo.

V

No puedo dejar de pensar en una asociación que no alcanzo a justificar. Mientras veía y reveía el largometraje de Godard, reiteradamente acudía a mi memoria otro que en nada se le parece: Saló o le 120 giornate di Sodoma, de Pier Paolo Pasolini. Quizá porque más allá de sus diferencias, radicales e inconciliables, el espectador, o al menos yo, respira en ambos un cierto, e inconfundible, aire fúnebre; más feroz en Pasolini, tristísimo en Godard. Un aire, en Éloge..., que evoca a aquel que permanece en una habitación donde horas atrás se veló el cuerpo de un ser querido, después que el muerto ha sido sepultado y las flores han sido llevadas a cubrir su tumba. Pero esa atmósfera que se resiste a evanescer, esos restos del mundo que fue, y que sin embargo nos constituyen como a los muertos vivos, esconden, como cualquier otro resto, la posibilidad de sorprendentes mutaciones, aunque los niños pidan que Matrix sea doblada al bretón y aunque el retorno, de Edgar, a los Campos Elíseos sea, como el de Chautebriand, con más sombras sobre su espalda que las que un hombre ha tenido nunca.

"Por ejemplo, veo un paisaje nuevo para mí, pero es nuevo para mí porque mentalmente lo comparo con otro paisaje. Uno antiguo. Uno que ya conocía.", piensa Edgar. Si así pensamos, comparando: ¿hay otra manera de pensar?, el paisaje que muestra Éloge de l´amour, aunque para algunos pueda parecerse a un palimpsesto donde se encabalgan las citas, es radicalmente nuevo para el cine: ¿asemejarla a qué sino a ella misma?. Paradójicamente, pese a la tristeza que transmite asimismo convoca a la felicidad estética. Habrá que esperar Notre musique, el nuevo largometraje de Godard, para, quizás, seguir recorriendo este espacio.

VI

M. Rosenthal: No hay mucha alegría por aquí.
Philippe: La felicidad nunca es alegre.
M. Rosenthal: ¿No lo inventaste?
Philippe: No, señor, fue Max Ophüls.

(Diálogo de Éloge de l'amour)

 

Emilio Toibero, 20-24 de junio de 2003