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Un juego divertido

Quiero enseñar a los pobres un juego muy divertido.

Subid la escalera de vuestro domicilio adoptando un aire de forastero (aquel día regresar un poco más tarde que de costumbre), y al llegar frente a la puerta de vuestro piso, apretad el timbre.

Vuestra esposa correrá a abriros, seguida de los pequeños. Y un poco seria por el retraso, pues tanto ella como los chiquillos tienen hambre.

- ¿Cómo has tardado tanto? -preguntará.

- Buenas tardes, señora -Quitaos el sombrero y adoptar una actitud respetuosa- ¿Está el señor Zavattini?

- ¡Vamos, vamos, que el cocido está frío...!

- Perdone, señora; necesito hablar con el señor Zavattini.

- ¡César, por dios, siempre tienes ganas de broma...!

No perdáis la seriedad y decid:

- Evidentemente se trata de un error. Perdón, señora...

Vuestra esposa se volverá rápidamente y os mirará con ojos de pánico.

- ¿Por qué haces eso?

Permanecéis serios, absolutamente serios, y repetid mientras bajáis la cabeza:

- Yo buscaba al señor Zavattini.

Se hará un gran silencio, interrumpido por el rumor de vuestros pasos.

También los niños habrán quedado parados. Vuestra esposa echará a correr escaleras abajo para abrazaros: "¡César, César!". Tendrá lágrimas en los ojos, los chicos quizá comenzarán a llorar también. Desprenderos con dedicadeza del abrazo y alejaros murmurando:

- Es un error, buscaba al señor Zavattini.

Regresad a casa veinte minutos después, silbando alegremente.

- He llegado más tarde porque el jefe de la oficina -y contad una mentira como si nada hubiera ocurrido.

¿Os gusta? Un amigo mío, a mitad del juego, se echó a llorar.

[Traducción de Ángel M. Bécquer]

 

El amor

Me refugié bajo un portal. De la casa de enfrente llegaban las notas de un vals. Cesó la lluvia, y en el balcón de aquella casa apareció una muchacha morena vestida de amarillo. No la veía bien, allá en lo alto; no hubiese podido decir "su nariz sonrosada", pero me enamoré; quizá fue por el aguacero, quizá el brillo de las goteras bajo el sol que asomaba otra vez (nos sigue de puntillas alguien que mueve las nubes, suscita clamores en los caminos sólo para que nos empujen donde a él le conviene, pero de modo que se acuse a las nubes y a los clamores). Desde el balcón se le cayó a la muchacha un pañuelo; corrí a recogerlo y entré en el portal escaleras arriba. En lo alto me esperaba la muchacha: "Gracias", dijo. "¿Cómo te llamas?", la pregunté, jadeante. "Ana", respondió, y despareció. La escribí una carta que nunca más he vuelto a escribir en la vida, al cabo de un año era mi mujer. Somos felices; a menudo viene a vernos María, la hermana de Ana; se quieren y se parecen mucho. Un día se habló de aquella tarde de verano, de cómo nos habíamos conocido Ana y yo. "Estaba en el balcón -contó María- y, de repente, se me cayó el pañuelo. Ana estaba tocando el piano. La dije: "Se me ha caído el pañuelo, alguien viene a traérmelo". Ella, menos tímida que yo, fue a tu encuentro y os conocisteis, lo recuerdo como si fuera ayer; las dos llevábamos un vestido amarillo.

[Traducción de Juan Marsé]