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P R Ó L O G O
J o r g e · L u i s · B o r g e s

Si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, que alguna vez firmó Gian Falco, historiador de la literatura y poeta, pragmatista y romántico, ateo y después teólogo. No sabemos cuál es su cara, porque fueron muchas sus máscaras. Hablar de máscaras es quizá una injusticia. Papini, a lo largo de su larga vida, puede haber sostenido sinceramente doctrinas antagónicas. (Recordemos, al pasar, el destino análogo de Lugones.) Hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papiní, en la polémica, solía ser sonoro y enfático. Negó al Decamerón y negó a Hamlet.

Nació en Florencia en 1881. Según sus biógrafos, era de modesto linaje, pero haber nacido en Florencia es haber heredado, más allá de los dudosos árboles genealógicos, una admirable tradición secular. Fue un lector hedonista, siempre lo movió la dicha de leer, no un apremio de exámenes. El primer objeto de su atención fue la filosofía. Tradujo y comentó libros de Bergson, de Schopenhauer y de Berkeley. Schopenhauer habla de la esencia onírica de la vida, para Berkeley, la historia universal es un largo sueño de Dios, que la crea y percibe infinitamente. Tales conceptos no fueron meras abstracciones para Papini. A su luz compuso los cuentos que integran este libro. Datan de principios de siglo.

En 1912 publicó El crepúsculo de los dioses, título que es una variación del Crepúsculo de los ídolos de Níetzsche, título que es una variación del Crepúsculo de los dioses del primer canto de la Edda Mayor. Pasó del idealismo a un pragmatismo que definió como psicológico y mágico y que no era del todo el de William James. Años después lo invocaría para justificar el fascismo. Su melancólica autobiografía Un uorno finito apareció en 1913. Sus libros más famosos -Historia de Cristo, Gog, Dante vivo, El diablo- fueron escritos para ser obras maestras, género que requiere cierta inocencia de parte del autor.

En 1921 se convirtió, no sin alguna publicidad, a la fe católica. Murió en Florencia en 1956.

Yo tendría diez años cuando leí, en una mala traducción española, Lo trágico cotidiano y El piloto ciego. Otras lecturas los borraron. Sin sospecharlo, obré del modo más sagaz. El olvido bien puede ser una forma profunda de la memoria. Hacia 1969, compuse en Cambridge la historia fantástica El otro. Atónito y agradecido, compruebo ahora que esa historia repite el argumento de Dos imágenes en un estanque, fábula que incluye este libro.

 

Y A · N O · Q U I E R O · S E R · L O · Q U E · S O Y
G i o v a n n i · P a p i n i

Y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Santa Teresa

Hace tan sólo diez horas que me he dado cuenta de mi horrible condición. Hasta hace diez horas no sabía todavía lo que de más horrible puede haber en el mundo. Creía ser desde hace algunos años un doctor en terribilidad. Había probado, pensado, imaginado, soñado todo lo que hay, que habrá, que podría haber, de más pavoroso, de más atormentado, de más estremecedor, de más monstruosamente y alocadamente angustioso. Sabía las ansias de las esperas nocturnas; la desesperación de los últimos besos; los temblores de las aparicíones silenciosas; los delirios de las pesadillas; los sobresaltos de los relojes invisibles que laten en la noche de las horas eternas; los espasmos de los suplicios imposibles; los gemidos exasperados de las almas sin asilo; la fiebre errante de los coloquios demoníacos. Pero no sabía todavía la cosa más terrible que puede haber en el mundo; no conocía el suplicio último, el suplicio supremo. Hace sólo diez horas he tenido la revelación, y me parece ya que han pasado muchas dinastías por la tierra y muchos soles han dejado el cielo.

Procuraré tener calma. Me esforzaré por ser claro. Elegiré la fórmula más limpia, más simple, más natural: Me he dado cuenta de que no puedo no ser yo mismo. Me he dado cuenta de que nunca podré -nunca, ¿comprendéis?-, que nunca podré dejar de ser yo mismo.

Tal vez no me he explicado bastante. Yo quisiera cambiar. Pero cambiar en serio -¿entendéis?-, cambiar completamente, enteramente, radicalmente. Ser otro, en suma. Ser otro que no tuviera ninguna relación conmigo, que no tuviese el más mínimo punto de contacto conmigo, que ni siquiera me conociera, que no me hubiese nunca conocido.

¡Los cambios y las renovaciones de risa o en broma los conozco desde hace mucho tiempo! Se trata de empolvamientos, de desocupaciones, de enjalbegaduras. Se cambia el mapa de Francia, pero la habitación sigue sien(lo la misma; se cambia de sitio los muebles, se cuelga con pequeños clavos un nuevo cuadro, se añade una estantería de libros, un sillón más cómodo, una mesa más ancha, pero la habitación es la misma; siempre, siempre, inexorablemente, la misma. Tiene el mismo aire, la misma fisonomía, el mismo clima espiritual. Se cambia la fachada, y la casa, por dentro, tiene las mismas escaleras y las mismas habitaciones; se cambia la cubierta, se camb¡a el título, se cambian las orlas del frontispicio, los caracteres del texto, las iniciales de los capítulos, pero el libro narra siempre la misma historia, siempre, siempre, inexorablemente, implacablemente la misma vieja, aburrida, lamentable historia.