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Lo que Savinio dice del stendhalismo, y de sí mismo como stendhaliano, debe complementarse con lo que un lector de vieja afición -y por su parte vagamente stendhaliano- puede decir sobre él como escritor. Y como pintor, también, porque su pintura me parece obedecer a una necesidad muy similar a aquélla por la que Stendhal abre en Henry Brulard espacios a los esbozos topográficos, de una topografía que restituye la memoria a la sensación, a la sensualidad; allí donde Savinio, en cambio, abre a la memoria un paso hacia la metamorfosis, hacia el mito. La necesidad, se diría, de probar, comprobar y prolongar la transparencia literaria (y uso la palabra transparencia como concepto bien definido: en el sentido en que la usa de modo admirable Starobinski), la transparencia de sí en el acto literario, en la palabra escrita. Eso no quita que Savinio pueda ser considerado también absolutamente pintor, es decir, que su pintura lo expresaría de manera exacta aun cuando no conociéramos su obra literaria.

Pero al reparo del pintor, y dejando por completo de lado -porque nada sabría decir de él - al músico; el escritor es entonces de aquellos que involucran en su historia la del lector, y cuyos libros tienen el poder de escoger de inmediato su lector y no dejarlo más. De aquéllos, en suma, que invierten la relación entre el lector y el libro, entre el lector y el autor de la obra literaria: el libro que escoge al lector, el autor que escoge al lector y lo destina a una fidelidad tan intensa que linda con la manía. Igual que Stendhal. De esos escritores que entran a formar parte de nuestra vida, que pasan a ser nuestra vida, por la inefable cualidad que sólo en forma aproximada puede encontrar definición en lo que Ramón Fernández dice de Stendhal: el arte, en el que pocos destacan, «de laisser entendre, ou sentir, qu'à côté du sentiment ou de l'action qu'il note, il y avait d'autres actions et d'autres sentiments possibles.» [1] Una posibilidad inagotable, abierta a una inagotable apropiación, que se renueva y multiplica a cada relectura.

El concepto de transparencia sirve para comprender el continuo elogio que Savinio hace de la superficialidad, su amor por la superficialidad y su desprecio por la profundidad, por los escritores profundos. Es un hecho explicable en términos propiamente ópticos. A partir de una condición de absoluta claridad, serenidad y libertad interior, de un luminoso conocimiento de uno mismo, incluso en lo que debería estar o se desearía que estuviera oscuro, ocurre el obvio fenómeno por el que la profundidad se transforma en superficialidad. No hay lugar profundo que la inteligencia no pueda volver superficial. Profunda para Savinio es sólo la estupidez, frente a la cual su ánimo se llena de asombro como el de Kant en la contemplación del cielo estrellado. «La estupidez, ese inconfesable amor, ejerce sobre nosotros un poder hipnótico, una invencible atracción. Muchas veces la he experimentado en el tranvía, en lugares públicos, en el café. Estoy sentado en un café, y al lado de mí que voy errando por los más inexplorados continentes de la inteligencia están sentados algunos desconocidos. Como ocurre con frecuencia, sus conversaciones exhalan una estupidez inefable, inspirada, hechicera. Poco a poco mi aventura se enturbia, pierdo el hilo de mi viaje solitario, cedo al llamado primordial de la estupidez, mi oído está lleno de la voz de la sirena. ¡Inteligencia, adiós! No pienso más, no busco más, no quiero más. Una dulcísima languidez me invade, como al término de un insomnio prolongando nuestros nervios se aflojan en el agotamiento voluptuoso del sueño. Ahora me vuelvo hacia ustedes y les pregunto: para nosotros los hijos de la Inteligencia, para nosotros los hijos del Pecado ¿ese llamado no es quizás el lejanísimo, nostálgico llamado del Paraíso Perdido?» La profundidad, la complejidad, la dificil y lo oscuro en la literatura y en el arte son para Savinio algo similar a la gorra de Charles Bovary: que después de describirlo por media página, quizá tomando conciencia de la indescriptibilidad del objeto y a la vez de la hipnosis a la que esta cediendo al intentar describirlo, Flaubert se decide a acabar una vez comparándola con la cara de un imbécil.

Para deleitarse con Savinio, con su vagar por la cristalina, transparente superficialidad, la memoria, la Memoria, es la única y la gran musa, la que genera y contiene a todas las musas. «La memoria es nuestra cultura. Es la reunión ordenada de nuestros pensamientos. No sólo de nuestros propios pensamientos: es también la colección ordenada de los pensamientos de los demás hombres, de todos los hombres que nos han precedido. Y como la memoria es la colección ordenada de los pensamientos nuestros y ajenos, ella es nuestra religión («religio»). Nació la Memoria en el mismo instante en que el exiliado Adán cruzaba el umbral del Paraíso terrestre... Desesperada era al principio la Memoria, pero cuando un dios se le acercó amorosamente, a la Memoria se sumó la Esperanza... Nueve hijas generó el amor de Júpiter a Mnemosine. Las cuales, cuando descendieron a la tierra, hicieron que ésta suspirara de alegría y de consuelo. El arte ha surgido pues del fecundo seno de la Memoria... Si el arte no deriva de la Memoria, el arte es innoble (plebeyo), restringido y lleno de hastío: vano como los sueños...»

En relación con este pasaje, es necesario tener presente el juicio de Savinio sobre Proust: el hombre -dice - de las frases largas y el pensamiento corto. Hay memoria y memoria: en la memoria de Proust, Savinio no siente la presencia de la Memoria. No debe ser larga la frase, sino la Memoria. Larga como el pensamiento humano que todo hombre a quien la Memoria le sonríe posee enteramente. Larga como la civilización, que no se confunde -y que es preciso evitar con sumo cuidado confundir- con los sueños.

Como monseñor Della Casa prescribía, Savinio nunca relató sus propios sueños. Como un hombre educado. Como un hombre civilizado. Lo que en sus cosas parece pertenecer al sueño, pertenece tan sólo a la larga memoria, a la Memoria, al mito. De ahí su negativa a enrolarse -o a hacer de jefe de fila- en el surrealismo. De ahí la definición de «surrealista cívico» que dio de él Salvatore Battaglia. Cívico de civilización, cívico de civismo. Quizás el escritor más cívico que ha tenido Italia. Y es de este punto, con el que aquí terminamos, del que es preciso partir para empezar a hablar de su obra.

[1] «de hacer entender, o sentir, que al lado del sentimiento o de la acción que dice, había otras acciones y otros sentimientos posibles». [N. de la T.]


[Crucigrama, traducción de Stella Mastrangello para Fonde de Cultura Económica]

[Ilustraciones de Alberto Savinio]